Hola a todas y todos de nuevo.
El pasado 8 de Marzo estuve en la costeña ciudad de Águilas, Murcia. Me acuerdo perfectamente de la fecha porque el 8 de Marzo es el Día de la Mujer Trabajadora y mi mujer, que debía hacer una visita de tipo social por allí, me permitió que yo la acompañase y que, al mismo tiempo, permaneciese excusado de tal visita por lo que pude campar a mis anchas durante unas tres horas espantando a los lugareños cámara en ristre.
Por si no conocéis Águilas, permitidme que os comente muy brevemente que es el municipio murciano ubicado más al sur si se desciende por la costa mediterránea; situado en la Comarca de Lorca, tras él aparece Pulpí como primer municipio en la provincia de Almería y en la comunidad de Andalucía.
La cuestión es que yo no conozco demasiado la población de Águilas, pues no he estado demasiadas veces y las pocas que he estado han sido casi siempre por obligación y casi sin tiempo para moverme por él a la aventura. La gente foránea que ha oído hablar alguna vez de Águilas suele haber sido en relación al gran actor Francisco Rabal, que nació allí en 1926.
A lo que iba. La primera imagen está tomada en uno de los pocos rincones aguileños en los que sí estuve antes del 8 de Marzo alguna vez: la Playa del Hornillo. Este delicioso rincón, que conozco gracias a mi amigo Dani, es realmente fotogénico y se merece una excursión más amplia: la Isla del Fraile, el antiguo embarcadero de hierro, las cristalinas aguas… La presencia de una pareja paseando por la despoblada arena fue todo un apoyo para la consecución de la imagen final.
(Hay que ver qué bien salen las diapositivas cuando hay buena luz en cantidad, ¿no os parece?)
La otra foto que os traigo tiene su aquél, ya que plantar una cámara de placas sobre su trípode y con toda su parafernalia detrás de alguien para incluir a este alguien en una foto sin que se dé cuenta tiene sus riesgos. La gente suele ser arisca y, al menos conmigo, suele no querer aparecer en las imágenes. Pero es que esta foto sin pescador pierde muchos puntos y no es para nada la misma: yo quería al pescador pescando y lo quería iluminado por el sol recortado contra las sombras en las rocas de fondo, con la visión del muelle de carga y con alguna ola pequeñita rompiendo suavemente en la orilla.
Para conseguir lo que quería, con naturalidad y siempre respetando la paz y la armonía que en la playa había a aquella hora de la tarde, aprovechando que otras dos personas habían descendido una zodiac a la misma arena a través de una rampa que desemboca tras el pescador, planté mi trípode y mi cámara y encuadré y enfoqué todo lo necesario. A estas alturas, el buen hombre que cinco minutos antes estaba sólo en la pedregosa playa, ya se revolvía algo inquieto de ver, de golpe y porrazo, tantos vecinos nuevos tras de él y de notar que uno de ellos —yo— había preparado una aparatosa cámara de fotografiar que apuntaba, casi directamente, a su persona. Por ello, el hombre empezó a moverse y a desparecer del encuadre, por lo que tuve que poner en práctica alguna artimaña que le relajase, que no le impulsara a seguir moviéndose y, de esta manera, posase para mí.
Por ello, primero lo preparé todo todísimo en la cámara únicamente a falta de apretar el botón del cable disparador y, entonces, me quedé mirando como un bobo al muelle que véis en el encuadre, disimulando, contemplando unos chicos que también en él pescaban. En ese momento, entendiendo que aquella era la señal y la oportunidad —pues el sol declinaba rápido y me iba a quedar sin luz en las rocas tras la figura humana en cuestión—, me acerqué al pescador y tras saludarle muy educadamente le pregunté simulando sorpresa e ignorancia si al antiguo embarcadero que aparecía al fondo frente nosotros se podía acceder a pescar, ya que estaba yo casi seguro que tal andén estaba cerrado al público. Esa simple pregunta —y mi lozana simpatía innata, para qué nos vamos a engañar— fue el detonante para que mi prójimo se tranquilizara y me contase mil y una del muelle y su tren, de la playa, de alguna buena gente y hasta de su mujer, que es de Jaen.
Cuando creí que era el instante adecuado, disculpándome con él un breve momento, di cuatro pasos hacia atrás y accioné el obturador para conseguir esta fotografía y tener el placentero sentimiento que esta imagen la había creado yo.
Las dos fotografías son diapositivas sobre Fomapan 100; el objetivo en ambos casos es el Rodenstock Ysar 4.5/150mm —en formato 4×5 pulgadas, un objetivo con distancia focal de 150mm equivale, aproximadamente, a un objetivo de 45mm en paso universal—. He aplicado un recorte en el formato final de la imagen porque creo que las escenas salen reforzadas en su expresión con este formato de 1.61:1.
Gracias por leer.